Lo que la abuela me guardó

lo que la abuela me guardo

 

Las abuelas y abuelos son esas personas de nuestra vida que evocan en nuestro corazón y en nuestros ojos una luz y energía que, pasen los años que pasen, permanece pura y luminosa.

(Es cierto que esto es una normalización y que, por supuesto, no todos hemos tenido la suerte de conocer a nuestros abuelos, o quizás no sean esas personas entrañables. Pero seguro que en la vida de cada uno de nosotros hay una persona especial, de estas que yo cito, aunque no se llame abuelo).

Y eso se debe a que su conexión con nosotros tiene una pureza que supera límites, y ellos son capaces —como cuento en este post— de guardar durante años, sin que nosotros hayamos pensado siquiera en algo así, un objeto de nuestros primeros años. Un objeto que, en principio, no parecía importante, pero que será capaz de evocar en nosotros sentimientos tan dulces…

Recuerdo como si fuera hoy aquel día. Mi abuela me llamó bajito, casi a escondidas, poniendo su cara pícara, la misma que pone un niño mientras inventa una trastada. Esa cara que ella ponía cuando se traía algo entre manos.

Me hizo acompañarla a su habitación, abrió su armario, ese que tanto me gustaba mirar y que, si cierro los ojos, soy capaz de ver balda por balda y oler a ese no sé qué que olía su armario, que quizás no era otra olor que el de todo impregnado de olor a naftalina, pero para mí es el olor a ese lugar. Y se dirigió allí, al rincón de los recuerdos, a aquella segunda balda donde escondía lo que siempre consideré tesoros.

Mirándome con los ojos llenos de luz, me dijo:
—Mira lo que te he estado guardando desde que eras pequeñita.

Y entonces, metió su mano al fondo y, envueltos en un trozo de sábana o no sé qué tipo de tela que justo después abrió, sacó unos zapatitos de cuando yo era un bebé, los mismos que había visto en tantas fotos. Me los regaló.

Aquel tesoro de su zona “mágica” de regalos era para mí.

No podéis imaginar la emoción que sentí: mi abuelita había guardado durante tantos años aquellos zapatitos azul marino, que ahora ya estaban desgastados y cuarteados por el tiempo, que tenían un olor que no sé cómo definir, probablemente por culpa de la misma naftalina, y con un tacto rugoso por el paso del tiempo, en los que no solo ya no me entraría un pie, ni siquiera la mano, pero que me llenaban de sentimientos el alma.

Ahora que ya han pasado años de aquel momento, y que ella ya no está, cada vez que abro la cajita en la que los guardé siento una emoción enorme, y mis ojos se llenan de luz y magia mientras recuerdo punto por punto aquel precioso momento.

El instante en que se cumplía el legado que mi abuela inventó para aquellos zapatitos, para esa conexión con mi infancia, para esa unión con ella y lo que significaba para ella guardarme aquella “reliquia”. Su manera de expresarme lo que supuso para ella que yo llegara a su vida.

Por eso, os invito a pensar en los regalos más especiales que os han hecho en la vida. Si fueron cosas caras, lujosas… o si, cuando pensáis en los mejores regalos de vuestra vida, en realidad están formados por el recuerdo de un momento, por un objeto cargado de significado, por una carta, una fotografía especial o incluso un simple beso…

 


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